El hábito sí hace al hábitat

El hábito sí hace al hábitat

basurama.org, CCBY-NC-SA 4.0. TrashLation mosaico, 2016. [1]

 

A nadie le sorprende ya la afirmación de que vivimos en un paradigma donde se ha implantado la lógica del consumo y el desecho prácticamente sin cuestionamiento. Un modelo social en el que nos convertimos en ciudadanos por la vía del consumo, en el que cada vez nos alejamos más de los procesos de producción y distribución y por tanto de los efectos que estos tienen en el medio ambiente.

La alimentación es un sistema de producción no exento de estas dinámicas y cuya evolución y desarrollo ha cambiado enormemente en las últimas décadas, al igual que ha cambiado el modelo de consumo ciudadano. Del mercado al supermercado, de los productos de temporada a la disponibilidad permanente de todo lo deseado. Lineales y lineales de supermercado siempre repletos e idénticos. Las ciudades se homogenizan y globalizan, pero también lo hacen los productos y sus envases. la abrumadora abundancia, la accesibilidad- Todo al alcance de la mano. Ya no hay estaciones, ni épocas, lo importante es poder satisfacer cualquier deseo en cualquier momento y en cualquier lugar.

Hoy en día el consumo tiene más de deseo que de necesidad. Y el deseo, en nuestras sociedades contemporáneas, está indefectiblemente asociado con la generación de identidad. El consumo es identidad: lo que compramos y posteriormente tiramos nos define como lo que somos. Esto sucede tanto a una escala individual como a una escala social.

La alimentación no está exenta de esta influencia. Este cambio en el modelo, ya no basado en la temporalidad de los productos y el consumo de proximidad, tiene dos consecuencias fundamentales: por un lado el aumento del packaging y envases de un sólo uso con el consiguiente aumento de la basura, y por otro el aumento de alimentos desechados que no cumplen con el canon estético del supermercado.

En el primer caso, la huella de carbono de los alimentos, así como los envases para la distribución de los productos ha aumentado enormemente, convirtiéndose estos últimos en uno de los principales residuos domésticos. Compramos directamente basura. Si bien, actualmente, para sustituir al plástico se está promoviendo packaging compostable, no parece más que el nuevo contrato ético medioambiental para que el ciudadano no cuestione o replantee el modelo de consumo. La misma estrategia fue empleada hace años con el reciclaje o con la sostenibilidad, simplemente desviaciones sobre el modelo capitalista imperante, mensajes con todo el “blingbling” que hacen que no nos cuestionemos otras formas de vivir ni de imaginar el futuro. Obviamente no pensamos que el ciudadano sea el responsable de los problemas medioambientales, pero si consideramos que el sistema implantado no es transparente ni promueve la generación de conciencia crítica. Por ello, hay que crear una base social que exija, promueva y potencie otros modelos de producción y consumo; otras formas de habitar.

Frente a este modelo de la abundancia acumulativa, queremos pensar en modelos de convivencia donde se prime el cuidado. Recuperar y preservar son herramientas fundamentales, pero es necesario también imaginar nuevos caminos, hacer futuro.

En el segundo caso, sobre todo en los países de altos ingresos, el desperdicio alimentario se produce a lo largo de toda la cadena alimentaria, desde la producción agrícola inicial hasta el consumo final en los hogares. Las causas que se identifican dependen del momento de la cadena, pero principalmente, a nivel de producción, son debidos a “estándares de calidad” que rechazan productos que no tengan una forma o apariencia perfectas, que no cumplan la normatividad imperante. En el caso de la etapa del consumo, se desechan (se tiran) en las cadenas de suministro incluso si todavía son adecuados para el consumo humano; y a nivel de hogar por poca planificación a la hora de hacer la compra, las fechas «consumir preferentemente antes de» o por el simple privilegio.

Se estima que la pérdida y el desperdicio total de alimentos -en granjas, comercios , hogares- supera los 2,500 millones de toneladas, cerca del 40% de todos los alimentos producidos 2.

 

Frutas y verduras imperfectas. Fundació Espigoladors, 2019

 

¿Cómo podemos proponer alternativas a estos modelos? ¿cómo diseñar ciudades más justas? ¿cómo generar una base social crítica? ¿cómo construir arquitecturas mixtas entre lo urbano y lo rural? Desde las artes hablamos de generar nuevas narrativas. En nuestro caso, en Basurama, nuestra práctica se centra en generar nuevos imaginarios, porque materializar imposibles hace avanzar los límites, expande las fronteras de lo posible y amplía el espectro de futuros.

Pero muchas de esas posibilidades y de esos imaginarios ya existen en el presente, normalmente como iniciativas ciudadanas que proponen otras maneras de relacionarse con sus entornos cercanos, de construirlos, de imaginarlos para, de esta manera, hacer propuestas sobre posibles ciudades que antes no imaginábamos.

Un ejemplo de ello son los huertos urbanos de muchas de las ciudades a lo largo de Europa. Un movimiento que surgió de manera espontánea y que, como las especies oportunistas, las mal llamadas malas hierbas, recupera solares, terrenos o espacios en la ciudad para establecer huertos y jardines. Espacios a los que la ciudadanía se acerca con diversos motivos o distintos objetivos, principalmente en función de la edad, pero que suponen la creación de espacios comunitarios, intergeneracionales, y de gestión horizontal, basada en reuniones de socias o asambleas.

Sin duda estos espacios se han convertido en lugares en los que no sólo se genera comunidad (en espacios públicos relacionales), sino también en lugares donde se preservan saberes, donde se produce una transmisión intergeneracional de conocimientos, donde se defiende la soberanía alimentaría y se protege la diversidad genética agrícola y, además, también, en espacios en los que se construye paisaje cultural.

Un ejemplo en este sentido, es el proyecto que desarrollamos el año pasado en Roma, In Serere 4 , donde se entrecruzan el urbanismo, el arte, la mediación o el activismo social. In Serere, nacía con el objetivo, por un lado, de visualizar y apoyar estos espacios, y por otro, de utilizar la técnica del injerto como práctica performativa de cuidado, aplicándola para generar vínculos y red entre las personas -humanas- pero también entre las especies vegetales -no humanas-, y para reflexionar y poner en primer plano las relaciones entre ambas, a través del cuidado, de vínculos relacionales.

 

Ortistas (ortelanos-artistas) del proyecto In Serere tras el taller de injertos basurama.org, CCBY-NC-SA 4.0.In Serere, 2022.

 

Si las grandes extensiones de monocultivo y la concentración de la producción son algunas de las principales causas de pérdida de biodiversidad alimentaria, son los pequeños productores minoristas y en extensivo quienes han preservado las semillas año a año. Iniciativas como los huertos pueden ayudar y apoyar no solo a su conservación sino a su evolución.

La biodiversidad comprende tanto los ecosistemas como las diferencias genéticas dentro de cada especie. Esta diversidad genética permite la adaptación, la evolución y la resiliencia. Todos ellos procesos que la especie humana hemos parecido olvidar.

Según la FAO, desde 1900, se ha perdido alrededor del 75% de la diversidad fitogenética (diversidad genética correspondiente al mundo vegetal conservada por los agricultores a lo largo de los años). Además, se estima que, hoy en día, el 75% de los alimentos del mundo se generan a partir de sólo 12 plantas y cinco especies animales. 4

Es crucial imaginar formas de vida y medios de producción que permitan recuperar parte de esa pérdida y favorecer procesos para la ampliación de la biodiversidad. Dentro de esos imaginarios futuros, en el presente, son posibles iniciativas ciudadanas que permitan conservar hábitats, que permitan preservar diversidad genética de las semillas de consumo, y de las plantas que nos alimentan. Los huertos urbanos y comunitarios son ejemplo de ello, a seed of good antrophocene. 5

En In Serere proponíamos la técnica del injerto como herramienta relacional, pero también como símbolo de un saber agrícola en peligro de desaparición. En este proyecto trabajamos con cítricos, especies “poliamorosas, esto es, la polinización cruzada de especies diversas da frutos viables, híbridos. El injerto posibilita la combinación de genotipos diferentes en un mismo individuo, lo que podría, en un futuro, en la fase de reproducción, generar nuevas quimeras, individuos híbridos, nuevas diversidades.

Detalle de injertos cítricos. basurama.org, CCBY-NC-SA 4.0.In Serere, 2022.

Y queremos recuperar y reivindicar ese concepto de quimera. Durante la época de los Medici y a lo largo de los siglos XVII y XVIII, cuando las colecciones de cítricos eran un símbolo de belleza, de estatus, de riqueza y de poder. Las quimeras cítricas (esas nuevas diversidades), fueron cuidadas, preservadas y conservadas, hasta el punto en el que se construyeron edificios específicos, limonaias, para protegerlas durante los inviernos.

Imaginar esos nuevos escenarios mixtos, transdisciplinares, híbridos, es fundamental… desde ciudades con campos de trigo como el ‘Wheatfield – A Confrontation’ de Agnes Denes en el centro de Nueva York en 1982, a barrios con tejados productivos (granjas urbanas) como los ya existentes en París, a parques agrícolas en las zonas urbanas y periurbanas como el existente en Milán, o a ovejas que pastan en las zonas periurbanas y son una parte más del mantenimiento de parques y jardines – como plantean desde Campo Adentro 6 en la Casa de Campo de Madrid, o como sucede ahora mismo o en los barrancos de Gran Canaria 7. Y si pensamos en edificios públicos o en calles con árboles frutales, en la actualidad, salvo ejemplos como Sevilla y sus naranjas amargas, la mayor parte de las ciudades planta árboles ornamentales – algunos de ellos modificados para que no den frutos o seleccionados de un solo “sexo” para que no se produzca la polinización. Las Guerrilla Grafters pusieron esto de relevancia en el año 2010 en San Francisco, donde comenzaron a injertar ramas que no habían sido modificadas para que los árboles ornamentales de la ciudad comenzasen a ser productivos, cuidados por las comunidades vecinas que se encargan de recoger las cosechas.

Es fundamental cambiar la forma en la que producimos, transportamos y consumimos los alimentos. Es necesario entender sus procesos y tiempos, y para ello tienen que integrarse de alguna manera en la vida, sobre todo en la vida urbana.

 

FIG. 05 7000 Girasoles en el Ensanche de Vallecas, Madrid. basurama.org, CCBY-NC-SA 4.0. Agostamiento. 2016

 

Podríamos comenzar recuperando el concepto de utopías de la reconstrucción de Mumford para proyectar ciudades mejor adaptadas a la naturaleza y a sus habitantes. Para ello, nosotros proponemos imaginar esas “quimeras” de las que hablábamos, que permitan establecer otro sistema de relación, no marcado por las leyes del mercado. O como diría Ursula K Legin, deberíamos volver a pensar utopías, porque en ese ejercicio de imaginación, encontraremos algunas respuestas sobre cómo imaginar un futuro diferente, propio, no marcado por las leyes del mercado y del capitalismo salvaje que todo lo asimila para su perpetuación y mantenimiento.

Cuidemos lo diverso, porque no sólo nos ayuda preservar la diversidad genética, sino que también nos permite revisar el concepto de norma y, por tanto, inventar e imaginar nuevas normalidades y normatividades. Como siempre hemos propuesto desde Basurama, trabajar con los desechos es trabajar fuera de la norma. Experimentar y reutilizar es una forma de reinventar, de asignar nuevos usos, nuevas vidas, nuevas arquitecturas de relación, de convivencia, de construcción social y de construcción de cultura y ciudad.

Injertemos parte del campo en la ciudad.

 

[1]Un ejemplo de ello es el proyecto TrashLation desarrollado en más de 20 países y que retrata a las personas y la basura inorgánica que han producido durante 24-48 horas. El archivo del proyecto está disponible en https://trashlation.tumblr.com/

[2]Driven to waste. The global impact of food loss ans waste on farms. WWF-UK. 2021

[3]https://basurama.org/proyecto/in-serere/

[4] www.fao.org/FOCUS/E/Women/Biodiv-e.htm

[5]https://goodanthropocenes.net/what-are-seeds/

[6]https://inland.org/product/pastoreo-urbano/

[7]https://grancanariamosaico.com/pastorea/

 

 

IRUZKINIK GABE

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Mónica Gutiérrez (Basurama)

A Mónica Gutiérrez le apasiona nadar, la mermelada y el brócoli. Estudia Ciencias Ambientales y, posteriormente, dos másteres, uno en Cooperación Internacional y otro en Gestión de Proyectos Culturales. Actualmente es integrante de Basurama, colectivo que lleva más de 20 años trabajando entre el arte, la arquitectura y el medioambiente. Centran su área de estudio y de acción en la ciudad y los procesos complejos que en ella conviven. Trabajo en red, participación activa, puesta en valor de recursos locales y creatividad son las claves para desarrollar proyectos de transformación social.

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