Durante los últimos años, el tema de la alimentación ha pasado a ocupar un lugar destacado en la esfera pública, en la agenda política y en los medios de comunicación: la polémica sobre las recomendaciones para la reducción del consumo de carne; las molestias provocadas por las dark kitchen que ocupan espacios centrales de la ciudad para la elaboración de comida rápida; la proliferación de empresas de distribución de comida a domicilio, su ocupación del espacio público y las condiciones laborales que generan; la deforestación de grandes espacios para usos productivos de la tierra ligados a la alimentación; el uso de transgénicos y pesticidas; la deriva de los mercados de abastos hacia la gurmetización y otras formas de ocio y consumo; el crecimiento de la agricultura urbana y la proliferación de cooperativas de consumo agroecológicas…son algunos de los síntomas de una disputa que es cultural, política y también urbanística.
Dice la arquitecta e investigadora Carolyn Steel en el libro Ciudades Hambrientas que “al igual que las personas, “las ciudades son lo que comen”. Una afirmación que conlleva reconocer que el desarrollo de las ciudades es indisociable de la forma en la que nos alimentamos sus habitantes. Y es que realmente es fácil rastrear las huellas que la alimentación ha ido dejando en las ciudades, dejando patente cómo la cultura alimentaria ha sido un factor determinante en la transformación permanente del espacio urbano. Lo vemos en la ciudad construida, en el trazado y el nombre de algunas calles y plazas o en el patrimonio edificado como los mercados de abastos. También en elementos inmateriales y en otras manifestaciones culturales y artísticas como el folclore, las fiestas populares, fotografías, cuadros, novelas, música…
En la actualidad, cuando más de la mitad de la población del planeta vivimos en ciudades, parece increíble que quienes vivimos en ellas tengamos suficientes alimentos para comer prácticamente en cualquier momento y en cualquier lugar. Alimentarnos requiere un esfuerzo colosal que tiene un impacto mayor que cualquier otra cosa que hacemos. Observar el mundo a través de los alimentos, nos puede ayudar a comprender la interrelación entre un montón de factores que intervienen en la ciudad e influyen en nuestras vidas: las grandes infraestructuras dedicadas a la movilidad y el transporte, la energía, el cambio climático, la salud y la epidemia de obesidad, el poder de las grandes multinacionales de producción, distribución y venta, la urbanización…
Si queremos vivir en un mundo social y medioambientalmente sostenible, si queremos construir “eco-ciudades”, tenemos que repensar no solo su forma física, sino también la forma en que se alimentan. Y no va a ser fácil viviendo en una economía globalizada en la que el sistema alimentario es enormemente poderoso. Una tarea que va a requerir que todos y todas asumamos nuestro grado de responsabilidad y hagamos algo al respecto.
Quienes nos dedicamos al mundo de la comunicación, del arte, la cultura, la arquitectura…tenemos la responsabilidad de generar relatos, de generar narrativas capaces de explicar la realidad en la que vivimos y de proyectar otras formas de vivir juntos.
Es desde ese lugar desde donde planteamos una nueva edición de URBANBATfest. Queremos invitaros a participar en una reflexión colectiva sobre la relación entre la comida y el espacio, sobre cómo moldean los alimentos nuestras ciudades, y sobre el tipo de respuestas que podemos imaginar desde los cruces superpuestos entre la arquitectura, el urbanismo, las ciencias sociales y las prácticas artísticas y culturales.